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Marco Avilés: Perros y gatos en la vida de un cronista

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Está en un pueblito de Estados Unidos que no tiene avenidas y tampoco alcalde. Donde no hay cómo salir a comprar, ni cómo distraerse. Allí prepara un nuevo libro de crónicas. Marco Avilés tiene más de cien libretas en las que escribe sobre lo que le pasa en el día, desde que se despierta y sale a correr. Su perro y su gato son personajes importantes en esas notas. Prefiere escribir de madrugada. Se siente cómodo contando relatos de la vida cotidiana. Estos son los vicios y creencias de un cronista que fundó Cometa, su propia editorial, para contar mejor las historias que le interesan.

 

Si esta fuera una historia escrita por Marco Avilés habría comenzado anotándola en algunos de esos cuadernos de tamaño escolar que lleva a todos lados. Probablemente la historia trataría de Piji, su perro calato. Hablaría sobre alguna anécdota de Maine, donde ahora está, en la casa de los papás de su novia, que también es escritora, y con quien se turna temporadas en Lima y en Maine. La escribiría primero a mano, y luego en la computadora, después de pensar unos días en el tema. Quizás sea sobre algo que vio y que anotó mientras tomaba desayuno en una cafetería. O probablemente acerca del aullido de los coyotes que confunden a las personas pareciéndose a los bebés.

 

–Un toque, acaba de entrar Piji- me dice desde la ventanita del Skype, se escucha un ladrido –Lo dejaré pasar.

 

–Saludos para Piji – le digo.

 

 Y después de unos segundos me doy cuenta:

 

 ¿Acabo de mandarle saludos a un perro?

 

A esto induce el mundo creado por Marco Avilés. Ha convertido a Piji en un personaje de sus columnas en la revista Domingo de La República. En un personaje de sus historias. Para él hablar de su mascota es una forma de contar historias minimalistas. “No soy un periodista interesado en los grandes temas que interesan a los grandes periodistas. Me importan más las pequeñas épicas de la vida cotidiana”, sostiene Marco Avilés, el cronista.

 

En el pueblo donde está, en Maine, no hay alcalde. Los vecinos se juntan en asamblea y votan las cosas que luego los funcionarios ejecutan, sin más complicaciones. En el pueblo donde está los coyotes aúllan y buscan cazar a su perrito, Piji, para comer antes de invernar. Esos mismos coyotes viven en el bosque. En el pueblo donde está los ancianos parecen más viejos y se niegan a morir. En el pueblo donde está para ir a comprar, habría que hacer un recorrido de treinta minutos. El pueblo donde está ha motivado varias de sus columnas. No hay ómnibus. Ni bulla. Y si Marco Avilés saldría de la casa de los papás de su novia, y levantaría la mano, no pararía ningún taxi. Probablemente nadie lo vería.

 

Ahí puede escribir a cualquier hora.  Cualquier hora quiere decir casi como en un horario de oficina.

 

Lo que en Lima es imposible. En el caos de la metrópoli, el cronista, escribe de 4.00 am a 8.00 am. En horas donde nadie molesta. Donde no hay mails, ni ventanitas que conversen por el Facebook. Donde no hay ruido. Marco Avilés cree en la rutina.

 

–Los escritores espontáneos que escriben solo cuando están inspirados no son escritores. El escritor es alguien que escribe con regularidad– dice.

 

Y entonces usa un ejemplo del fútbol:

 

–Cuando jugaba Batistuta y Ronaldo. Batistuta decía: “Si yo tuviera el don de Ronaldo, no entrenaría tanto. Pero como no tengo ese don, entreno todos los días. Y eso es lo que me hace ser bueno”. Yo creo que en la escritura no debes apuntar a ser un genio (como Ronaldo), sino a entrenar como Batistuta. Si luego se ve que eras un genio, perfecto.

 

Escribir para él, es algo que hay que defender de otras obligaciones. Si uno se descuida, la rutina se vuelve cumplir urgencias. Trabajar se vuelve ganar dinero. Si no se defiende el espacio de escritura, las obligaciones te devoran. “Por eso llevo estos cuadernos donde estoy escribiendo todo el tiempo. Yo creo que el hábito hace a los escritores”. Marco Avilés tiene cuadernos sobre reflexiones de bicicletas. Sobre cocina. Sobre animales. Sobre su perro. Para el viaje a Maine se llevó veinte. Tendrá unos cien en casa. De tamaños, medidas y colores distintos. Desde los rayados de la secundaria hasta las sofisticadas Moleskine. Los escritores tienen vicios. Balzac no escribía sin café. Susan Orlean lo hace mientras trota en una caminadora. Antonio Tabucchi solo podía en cuadernos escolares. En un mundo donde todos usan computadoras, Marco Áviles mantiene la terquedad de escribir a mano. En computadora se obsesiona con la edición, se corrige constantemente, se le vuelve un proceso que puede ser más lento.  Mientras que al escribir a mano, vuela. Reportea. Registra lo que está sucediendo. Tiene un cuaderno al costado de su cama donde anota sueños. Tiene otro, más pequeño, que lleva para correr. Estas costumbres le producen curiosidad a su novia, pero lo entiende. Ella es escritora. Tiene sus propias manías: escribe cartas. La relación de dos escritores debe ser un respeto mutuo de manías.“No hay fórmulas ni hábitos fijos para escribir. Puede ser de madrugada, de noche, por largas jornadas de horas o en partes. La cosa es que cada periodista, cada escritor, vaya descubriendo y desarrollando sus propios hábitos”. Marco Avilés usa las libretas porque de otra forma solo escribiría cuando está en la computadora.

 

                                                                              ***

 

–De camino hablaba con mi novia. Discutimos un poco. Creo que ella cree que soy superficial al escribir– cuenta mientras da una charla para cronistas jóvenes. El lugar es La Librería en Miraflores. Un espacio para público hipster con decoración retro, estantes de libros usados que cualquiera puede llevar y vender, y que se colocan en estantes que parecen la biblioteca de un abuelo ilustrado. Al lado, un barcito. Al otro, una cafetería. Marco Avilés recomienda libros. Se toma una chela artesanal mientras conversa de crónicas. Lo rodean estudiantes. Habla de su perro. De su gato. De la ciudad. Es un martes de enero, todavía faltan meses para que viaje a la casa de los papás de su novia en Maine. Ahora está dando la charla y cuenta que quiere escribir un libro sobre cómo su perro no encuentra novia.

 

 

 

"Marco Avilés tiene cuadernos

sobre reflexiones de bicicletas, sobre cocina, 

sobre animales y sobre su perro.

Para el viaje a Maine se llevó veinte.

Tendrá unos cien en casa".

 

 

–Es más que eso. Es sobre cómo los perros están dentro de la ciudad. Y no pueden relacionarse– dice y se pone serio. Entonces ensaya sobre el tema. Y la historia ya no es más sobre su perro. Es sobre la ciudad. Es sobre esta ciudad. Es sobre nosotros.

 

Marco Avilés empezó escribiendo crónicas en El Comercio. Antes de eso era un muchacho que leía mucho y jugaba fútbol. En la universidad se dio cuenta que podía escribir. Que le gustaba. Tuvo amigos mayores que ya escribían y esto lo indujo. Hizo un par de cuentos y poemas. No le jaló tanto. En la sección Ciudad del diario empezó a reportear sobre mendigos, sobre ermitaños, sobre gente de la calle. Alguna vez escribió una crónica sobre calles con nombres graciosos. Por ese texto lo felicitaron. Eso le hizo notar que había encontrado algo en lo que podía ser bueno. En la sección La Contra de El Comercio escribían Toño Angulo Daneri, Julio Villanueva Chang y David Hidalgo. Esa sección irradiaba el espíritu del periodismo narrativo a otras páginas del diario. Desde la sección Ciudad,  Marco Avilés había descubierto su espacio. Trabajaba casi todo el día. A veces se quejaba. Luego comprendió que esa explotación inicial, le haría aprender. “El Comercio fue como un cuartel de entrenamiento”, dice y se ríe.

 

Abandonó El Comercio, se volvió freelance. Apostó por buscar sus propias historias, motivado por la aparición de nuevos medios, revistas como Gatopardo o Etiqueta Negra. Pero descubrió algo, la crónica no pagaba bien. Historias que demoraba un mes en escribir, debían venderse barato. Después entró a Etiqueta Negra como editor y estuvo allí durante cuatro años. Esa fue para él una escuela de edición. Aprendió a ver la importancia de saber leerse, de saber editarse. “Pocas veces le tomamos atención a esta parte de la chamba. Cuando un redactor termina el trabajo, ese texto no está listo para publicarse. Se debe editar. Puede ocurrir que lo que el redactor termina de escribir está muy bien, pero como el proceso de escritura es tortuoso, lo que el redactor entrega necesita un cierto tiempo para corregir errores naturales”. Hace poco, en Lima, Marco Avilés dictó un taller de edición. No asistió ningún editor de periódico.

 

Al salir de Etiqueta Negra probó nuevamente como freelance. Luego trabajó durante seis meses como editor en la revista Cosas. Después de eso vino Cometa. Daniel Silva Yoshisato, el fotógrafo que ganó el Wordpress Photo por un reportaje gráfico sobre campesinas que jugaban fútbol (historia que hizo junto a Marco Avilés), también estaba en un proceso de desencanto con los medios tradicionales. Por eso decidieron abrir Cometa para publicar sus historias como merecían, y cobrar el dinero que realmente deberían valer. Al fotógrafo Daniel Silva Yoshisato lo conoce desde la redacción de El Comercio. Si Marco Avilés tendría que pensar en alguien para ilustrar alguna de sus historias, solo pensaría en él. Hace poco fue testigo de su matrimonio. La complicidad entre ambos se siente cuando habla de Cometa. Que es de alguna manera una revista echa a dúo para contar mejores historias, explotando la química de dos compinches. 

 

La Librería, en donde Marco Avilés termina su charla, es una iniciativa de Las Traperas y de Cometa. Las Traperas es un proyecto para que las personas vendan su ropa usada, fomentando el rehúso. Cometa es un proyecto editorial para demostrar que la gente sí lee. Dos iniciativas que ganaron Wayra, la incubadora de la Fundación Telefónica. Cometa tiene ya dos revistas publicadas, y varios proyectos institucionales.

 

La chela artesanal se acaba. Marco Avilés habla de su rutina. De los beneficios de escribir de madrugada. De su gato. Marco Avilés habla de Cometa.

 

“Quizás la próxima revista sea con una imprenta como se hacía en el siglo XIX- se ríe imaginando esa revista- Y quizás sea un tiraje mínimo, para que sea más valioso”, dice.

 

                                                                               ***

 

El negocio de los medios tradicionales como el de las grandes cadenas de comida no es la calidad. Es vender y conseguir dinero. Eso lo puedes ver en todos los periódicos, y revistas mainstream. Los medios tradicionales tienen dudosa calidad y buscan un gran tiraje. Si uno quiere desarrollar una carrera de cronista, los medios tradicionales no son el lugar indicado. Los medios tradicionales no están interesados en crónicas ni investigación. Ni nada que involucre inversión. Solo quedan los medios independientes.

 

Pero… ¿cuántos medios independientes hay?, Y ¿cuántos de esos pagan? El reto consiste en crear medios independientes, pero que sean rentables.  Rentables como medios y para los cronistas que participan. Eso, si me permites, es algo que en las universidades y también en el mundo profesional, muchas veces está en el último lugar. Nunca se habla de cómo hacer rentable un proyecto independiente. Muchos profesionales jóvenes salen con ganas al mercado y se encuentran con que los medios tradicionales no comparten entusiasmo. Y los independientes no les pagan.

 

Este es el panorama. Lo más importante de todo el trabajo que hacemos quienes trabajamos con el contenido, es el contenido. Para hacer buen contenido, buenas historias, puedes prescindir de oficinas, de infraestructura. Se pueden hacer proyectos con gente trabajando conectada desde sus casas. Y así es como veo que se están haciendo muchos proyectos, reduciendo costos fijos innecesarios. Destinando más dinero a contenido, ya sea a pagar a más autores, o a solventar la propia publicación.

 

Nosotros cuando hicimos Cometa, dijimos: vamos a dedicar el cien por ciento de esfuerzos a que el contenido sea bueno. A que nos haga sentir orgullosos. La primera revista se hizo en un café de Starbucks. Yo escribía en casa. No apostábamos por distribuirla en librerías, sino por delivery. Para eliminar así a una parte importante de la cadena de distribución que es el intermediario que se lleva un importante porcentaje. Al final vendimos bastantes ejemplares, vía online, y la gente se pasaba la voz.

 

Hay que pensar cuál es la apuesta de tu medio, a qué vas a jugar, qué le vas a decir al lector, cómo te vas a presentar ante él, cómo lo convences de qué te dedique tiempo y dinero. Eso es recontra difícil ahora que hay gente que está haciendo más o menos lo mismo. Ahora existen lectores con atención dividida.Tienes que tener el concepto de tu proyecto muy claro para ellos. Eso es lo que hizo Hernán Casciari con Orsai, él dijo: nosotros no tenemos intermediarios, y la gente se emocionó. Nosotros, como Cometa, le dijimos a la gente: vamos a hacer una apuesta alucinante por demostrar que la gente sí lee. Eso fue la primera edición. Una apuesta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                      

 

Ilustración de Marco Avilés junto a su perrito Piji, de dos años.

 

 

La tercera fue la primera revista de comics de la Galaxia, decidimos jugar un poco con el comic y el periodismo. A veces cuando la gente piensa en innovaciones de medios creen solo en lo on-line, pero el mundo off- line te da un campo enorme para innovar, para experimentar.

 

Puedes hacer noticieros en vivo, solo para la calle. O fanzines. O revistas que sean murales pegados en la pared ¿Por qué no?

 

                                                                        ***

 

Piji ladra. Ladra y corta la conversación. Pero no es solo Piji. Marco Avilés cuida a Brutus, el perro de los papás de su novia.

 

–Perdón un segundo. Brutus entra y sale y quiere volver a entrar. Tiene 15 años –dice.

 

En unas semanas su columna será sobre él. “El secreto para una larga vida, según Brutus, un labrador de 105 años”, escribirá. Reflexionará sobre un perro viejo, sobre el momento preciso de la muerte, sobre esperar la muerte.

 

Pero ahora ya no hablamos de Brutus, ni de Piji, sino sobre Vila-Matas, el escritor catalán. Y sobre literatura. Marco Avilés pasa de hablar sobre coyotes y su perro para debatir sobre literatura con facilidad. Como si la relación entre ambos temas fuera continúa. “Piji ni se mueve cuando aúllan los coyotes”, decía antes de contar sobre una columna que leyó hace poco sobre no ficción y ficción, sobre cómo algunos quieren separar el salón de la literatura con un biombo, entre ficción y no ficción, cuando esa pared no es real y el salón sigue siendo el mismo. “Uno se puede especializar en distintas cosas. Probar distintas cosas. Lo importante es que hay que ser sincero con uno mismo”. Para Marco Avilés no existe división entre ficción y no ficción; existen novela, memoria, aforismo, crónica, reportaje, cuento. Diferentes formas de abordar la literatura.

 

 –No existe literatura de ficción versus no ficción. El periodismo no está en contra de la novela. La gente se hace polémica por todo. Hay gente que pierde demasiado tiempo en polémicas. En el mundo se debate demasiado de forma innecesaria. Todos quieren tomar partido. El mundo está demasiado contaminado de chatarra.

 

Marco Avilés es cronista, pero planea hacer memorias. Quiere escribir sobre su familia. Sobre su infancia. Está leyendo un libro de un noruego que lo tiene fascinado.

 

–Saludos a Piji – le digo nuevamente, antes de apagar el Skype. Me río. Era inevitable. Piji es parte del universo creado por el cronista.

 

Días después, desde el pueblo sin alcaldes, Marco Avilés propondrá a su gato como candidato durante las elecciones en Lima. “Qori es el candidato ideal para ocupar los puestos de poder más importantes en el país. Es honrado. Limpio. Y le cae bien a los niños. Tú también deberías votar por él”, escribirá.

 

En un periodo electoral donde todos opinaban, criticaban, y hacían hipótesis con severidad.

 

Marco Avilés prefirió escribir sobre su gato para hablar de política.

 

 

Por Carlos Portugal
Carlos Portugal
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